Para la década de los 80, el capo Pablo Escobar, al mando del Cartel de Medellín, encontró entre la pobreza y falta de oportunidades de las comunas la cuna de sus nuevos lugartenientes, cultivando la cultura del dinero fácil de la cocaína. Para los jóvenes de familias desplazadas ingresar a esas estructuras criminales era la única promesa de acenso social. Entonces, se formó una red de sicariato al servicio del narcotraficante, dedicada al secuestro, extorsión, ajustes de cuenta y homicidios.